miércoles, 14 de agosto de 2013

Poder decir adiós es crecer. II

                Como decíamos es importante ajustar los conceptos a la edad y desarrollo del niño, teniendo en cuenta lo que su sistema es capaz de procesar y entender.



Con bebés y hasta los 2 años: la muerte es simplemente una palabra. Con 6 u 8 meses comienza lo que se conoce como la "noción de permanencia del objeto", es decir, son capaces de sentir la ausencia de la persona más cercana. Hasta este momento perciben la no presencia, pero a partir de esta edad las reacciones ante las perdidas podrán ser más intensas. Los bebés son muy sensibles al estado de ánimo de sus cuidadores y, aunque no puedan poner palabras a lo que perciben que ocurre a su alrededor, les afecta. Es importante mantener sus rutinas y ritmos, para que sientan continuidad y seguridad.

Niños de 3 a 6 años: su forma de interpretar lo que ven y escuchan es de manera literal, y creen que lo que ha pasado es temporal y reversible. Si está durmiendo, pues ya despertará. No entienden que el cuerpo deje de funcionar, "realmente puede vernos y escucharnos desde el cielo". Pueden pensar que es algo contagioso, y que otros de su entorno pueden morir, aunque a la vez creen que son eternos y ni sus papás ni ellos morirán. Es importante: preguntarles qué piensan para resolver confusiones, y explicarles qué sucede, por qué y cómo reaccionar. 

Niños de 6 a 10: hay que tener en cuenta que con 7 años ya se puede diferenciar la fantasía de la realidad. Ya pueden comprenden el concepto, menos la universalidad. Con 9 o 10 años toman más conciencia de los peligros y son más precavidos, desarrollan una gran curiosidad y buscarán explicaciones para todo: "¿cómo es el cielo? ¿cómo sabemos a dónde van las personas que mueren?  ¿en qué se convierte el cuerpo?". Es importante hablar con ellos, y que sientan que les escuchamos y que les calmamos, porque pueden aparecer muchos sentimientos e ideas de culpa. A partir de los 7, dependiendo de su madurez, pueden ir incorporándose a los ritos de despedida si lo desean, siempre y cuando alguien les acompañe para explicarle lo qué pasa y puedan sentirse acogidos. Esta es una manera de que puedan acotar el momento de la despedida.

Preadolescentes de 10 a 13 años: con está edad comprenden el concepto en su totalidad y surgen el interés por el más allá y las creencias religiosas. Pueden ser más inquisitivos y escépticos con lo que pasa. Es aconsejable que participen en los ritos para que puedan despedirse y sentirse incluidos. Pueden no querer hablar o expresarse porque pueden sentirse abrumados por lo que sienten y les cuesta verbalizarlo, bloqueando sus sentimientos. Sus dudas también se enfocarán a los cambios que eso traerá a sus vidas.

Adolescentes: en esta época ocurren muchas despedidas, entre ellas la de su rol infantil, y búsqueda de una identidad nueva y propia, por eso hay tantos cambios y experimentos. Esto les genera mucha inseguridad y malestar. Necesitan autoafirmarse para diferenciarse, por lo que habrá muchos momentos de oposición. Los discursos se convierten en muy racionales, cuestionando todo lo que les rodea. Pueden darse cambios radicales de opinión. Dependiendo de su estado pueden sentirse "inmortales" y llevar a cabo conductas de riesgo, o pasar a un polo más hipocondriaco sintiendo miedo por lo cambios que se producen en su cuerpo. Es importante permitir que expresen su visión y sus teorías, contar con ellos en los ritos y permitirles participar de forma activa. Animarles a que retomen su vida social y estar antentos a conductas temerarias, porque su sensación de energía puede llevarles a pensar que son inmunes a la muerte.

¿Cómo comunicar la muerte de un ser querido?

Lo antes posible, por medio de una persona en la que confíen y sea cercana.
Hacerlo poco a poco, preguntándole qué ha entendido, y dejando que pregunte y que se exprese. Asegurarnos de que no siente culpa, desprotección o inseguridad. Calmar la angustia por el miedo a olvidar y permitir hablar de los recuerdos, siendo nosotros su ejemplo. 
El proceso del duelo no es lineal, si no que habrá que ser pacientes y constantes a la hora de afrontarlo.
Su pena tiende a expresarse de manera diferente a los adultos. Lo hacen a través del cuerpo y de su comportamiento, a lo que habrá que estar atento para ayudarles a clarificar y poner palabras.





lunes, 12 de agosto de 2013

Poder decir adiós es crecer.

         La muerte es un hecho ineludible, al que todo ser vivo ha de enfrentarse. Sin embargo, preferimos evitar hablar de ello y alejarnos lo más posible del dolor que nos provoca no volver a ver a un ser querido o pensar en nuestra propia despedida.

El concepto y el estilo de afrontamiento de esta situación por parte de un adulto será el que, directa o indirectamente, transmita a sus hijos o menores cercanos. Existen multitud de ideas sobre cómo tratar este tema con los niños, y la mayoría responden a la incapacidad para lidiar con nuestras propias emociones. Nuestra angustia provoca que queramos proteger a los niños del dolor, pero ¿apartándolos los estamos ayudando? ¿Dejan de sufrir?

Es importante tener claro que los niños se hacen preguntas constantemente sobre lo que perciben a su alrededor. Lo que tenemos que tener claro es que las respuestas que les demos pueden ayudar a construir el significado de aquello que ven y no pueden entender. Si no les proporcionamos una explicación ellos mismos elaborarán una teoría, que responderá a su nivel cognitivo y emocional. Sus explicaciones son más limitadas, y suelen provocar más angustia y confusión que la propia realidad. La fantasía puede ser muy terrorífica, y el adulto debe estar disponible para clarificar y calmar las emociones que vayan surgiendo en el proceso de entender lo que está pasando. Saber no es lo mismo que asimilar, por lo tanto hacerlo llevará un tiempo.

¿Cómo enfrentarnos a esta situación?

Hay tres conceptos clave que nos pueden guiar:

1.- Decir siempre la verdad acorde a su momento evolutivo y emocional.
2.- Explicarle la muerte en términos físicos y reales.
3.- Ayudarle con sus dudas e inquietudes.

¿Cuál es la verdad que deben empezar a comprender?

Conceptos importantes:

1.- La muerte es universal, todos los seres vivos se mueren. Este es un concepto que a edades tempranas les cuesta comprender. Lo más importante es estar atentos a qué es lo que más les preocupa. Seguramente tendremos que tranquilizarlos asegurándoles que siempre habrá alguien que les cuide y les quiera (sobre todo ante fallecimientos de las figuras principales de cuidado).

2.- La muerte es irreversible. Cuando nos morimos no podemos volver a estar vivos nunca. Tenemos que entender que el pensamiento de los niños, sobre todo de los más pequeños, es literal, es decir, no sobreentienden las metáforas. Es decir, si les decimos que el abuelo no está porque se fue al cielo la pregunta puede ser "¿y por qué no viene a mi cumpleaños?". Si le decimos que está dormido la pregunta puede ser "¿y cuándo se va a despertar?", generando confusiones y esperanzas irreales.

3.- Cuando morimos el cuerpo ya no funciona, no vemos, no oímos... Este concepto también puede crear confusiones ya que si decimos que las flores que le llevamos al abuelo le gustarán mucho, estamos generando la pregunta, por ejemplo "¿y el abuelo no tiene frío dentro de ese sitio?".

4.- Toda muerte tiene un porqué. Es conveniente dar una explicación, para que el niño no se atribuya las culpas, y dejar claro que los pensamientos, estar enfadado o sentir celos nunca pueden provocar la muerte. Si les contamos que se ha quedado dormido podemos estar generando un miedo a quedarse dormido, o a que otra persona lo haga.

Todos estos conceptos se irán asimilando con el tiempo dependiendo del desarrollo cognitivo, madurez, mundo emocional, experiencias previas y a través de la comunicación y actitud de la familia. En una próxima entrada iremos viendo cómo acercarnos a esto en función de la edad del niño. Lo importante es no generar más confusión y dolor intentando mitigarlo. Es una oportunidad para que los niños aprendan a manejar este hecho de una forma sana y en su futuro puedan ir afrontando las pérdidas de la vida con mayor entereza.


Hay una frase preciosa que creo que puede ser una buena enseñanza, para niños y no tan niños: "el duelo sirve para dejar de ver con los ojos y aprender a ver con el corazón" Es algo que debemos aprender a hacer con el tiempo.




Os dejo una referencia bibliográfica para quién quiera saber más: "Explícame qué ha pasado", FMLC, 2011.


Los caminos neuronales

Empecemos con un ejemplo:
             
 "¡Cuando era pequeño la cara que ponían mamá y papá cuando traía buenas notas me hacía sentir la persona más importante del mundo!, con el tiempo sigo persiguiendo el éxito para sentir que que soy importante y así que la gente me mire con admiración. Aunque cuando las cosas no salen como a mi me gustaría me siento el más fracasado y a veces siento que no valgo nada".

Las experiencias que vivimos impactan en nosotros de muchas maneras; una de ellas es en nuestro cerebro, a nivel neuronal, incluso aquéllas que no recordamos o que parece que nos han pasado desapercibidas. 

Cada experiencia hace que un determinado número de neuronas se unan formando una red neuronal que a su vez estará en conexión con otras miles de redes. Estas uniones se harán más resistentes y fuertes cuanto más se utilice esa red, es decir, con cada pensamiento, conducta o emoción que estemos experimentando en un momento dado estaremos reforzando un camino neuronal determinado y de esa manera haciéndolo más fuerte y más accesible para la próxima vez.





Podemos imaginarnos un jardín, en el que hay una zona de césped, con una hierba verde y frondosa. Si seguimos un camino por encima de esa hierba lo más probable es que no ocurra nada, volverá a levantarse y recuperará su forma casi de manera inmediata. Sin embargo, si realizamos ese recorrido unas cuantas veces más terminaremos por formar un camino sin hierba y será el que tomemos cuando querramos pasear por ese jardín la próxima vez.



En nuestro cerebro ocurre algo similar. Cómo nos enfrentamos a una determinada situación puede generar unas conexiones neuronales, que dependiendo de factores como el nivel emocional de ese momento, serán más o menos fuertes. Una vez establecidas esas conexiones el sistema tendrá un "camino" por el que pasar en situaciones semejantes futuras, la respuesta se dispara cada vez más rápida y automáticamente, lo que a su vez hará que se refuercen cada vez más, conviertiéndose finalmente en una autopista de 4 carriles.

Podemos reconocernos en esto pensando en ciertas actitudes, maneras de pensar, de actuar o de sentir. A menudo es difícil recordar la primera experiencia que generó ese camino que tomamos, pero cuanto más antigua sea más resistente será.

¿Cuántas veces vemos emociones en nosotros que no entendemos o que no nos gustan, pero que se disparan automáticamente?


No obstante, existe algo llamado "labilidad neuronal", es decir, todo es susceptible de ser modificado, si primero podemos acceder a esa red neuronal y después aplicamos las pautas correctas.

martes, 6 de agosto de 2013

Espejito, espejito...


           Existen muchas formas de aprender y una de ellas es a través de las neuronas espejo. Gracias a ellas podemos incorporar información del mundo que nos rodea a nuestro sistema de procesamiento.

En 1996 Giacomo Rizzolatti descubrió en la corteza parietal la existencia de un grupo de neuronas que
se activaban no solo al realizar una acción, sino también cuando se observaba esa misma acción en otra persona.


                                              
¿Por qué son importantes estas neuronas?

De niños nacemos dependientes por naturaleza, sin la capacidad de nutrirnos y regularnos emocionalmente por nosotros mismos, y son nuestros cuidadores o padres los que, mediante su propia regulación emocional nos enseñan a hacerlo, y a esto contribuyen en gran manera las neuronas espejo que hay en nuestro cerebro.

Gracias a este sistema podemos sentir en nuestra propia piel lo que le pasa a los demás, es decir, sentir empatía, comprender al otro, y así inferir sus propósitos, intenciones, sentimientos...

Un ejemplo:

hagamos un viaje en el tiempo, y volvamos a cuando teníamos un añito o dos... estábamos jugando en el parque y debido a nuestra natural torpeza nos hacemos una pupa muy grande en la rodilla, ante lo cual miramos la pupa, miramos a mamá y podemos descubrir que:

1.- mamá al ver la sangre desencaja la mandíbula y con cara de extrema preocupación se dirige hacia nosotros corriendo con los brazos abiertos y gritando ¡Ay Dios, te dije que andes con cuidado, si es que pareces tonta! Ante lo cual volvemos a ver la pupa y empezamos a llorar y gritar inconsolablemente.

2.- mamá al ver la sangre coge una gasa del (¡cómo no!) bolso que lo tiene todo, y se acerca a nuestra pupa apresuradamente y exclama ¡Pobrecita, vaya pupa, ¿te duele verdad? ven aquí que la vamos a curar y esperamos a que deje de doler! Ante lo cual miramos a la pupa, lloramos y gritamos sabiendo que mamá está ahí sabiendo qué hacer con ese dolor tan grande.

Nuestras neuronas espejo están incorporando al sistema la manera de reaccionar ante el dolor observando la expresión facial, el tono de voz y la reacción de mamá. 








¿También bostezáis cuando el que está sentado a vuestro lado lo hace? Neuronas espejo.
¿Habéis visto cuando hay varios bebés juntos, uno empieza a llorar y los otros le siguen el llanto? Neuronas espejo.
¿Por qué nuestra madre sabía que habíamos liado una buena? Neuronas espejo.

En fin, espejito espejito...

lunes, 5 de agosto de 2013

"Apégate mucho"

            Cómo decíamos, la calidad del apego es fundamental para que podamos sentirnos adultos capaces, valiosos y seguros. No podremos experimentar estas sensaciones si no las hemos vivido previamente. Y ¿cuándo decíamos que más lo necesitamos? ¡Exacto! Durante la infancia, cuando estamos más indefensos.

 En la década de los 50, John Bowlby formuló la Teoría del Apego, fruto de una larga investigación  en la que concluyó que los bebés cuentan con una serie de conductas, como el llanto, la succión, el balbuceo, las sonrisas reflejas, etc., para provocar que el cuidador esté cerca de él, y así sentirse protegido y seguro. Es decir, además de ser conductas que procuren la alimentación y los cuidados físicos, necesitamos que el adulto nos proporcione cariño y bienestar emocional. 

Mary Ainsworth definió tres tipos de apego al observar la reacción de los niños tras una corta ausencia de la madre: el apego ambivalente, en el que la madre no era capaz de calmar al niño a su regreso, llorando y mostrándose muy ansioso ante la situación de pérdida; el apego evitativo, en el que el niño se mostraba más bien triste o indiferente ante el regreso de su madre; y, por último, el apego seguro, en el que el niño lloraba en los primeros momentos pero conseguía calmarse fácilmente.

¿Cómo se construyen los estilos de apego?

Los estilos de apego se desarrollan en el bebé a través del tipo de comunicación que la madre, o la figura principal de cuidado, establece con él. Esta relación que se establece entre los dos tiene un importante impacto en la regulación emocional y fisiológica del bebé.
El contacto visual, atender a las necesidades del bebé, estar en consonancia con ellas, hablarle con amor, cariño, cogerlo, mirarlo a los ojos, el tono de voz tranquilo y pausado estimularán el Sistema Nervioso Parasimpático. Este sistema es el encargado de fortalecer las redes neuronales relacionadas con la necesidad de seguridad (generando estabilidad, responsabilidad, competencia, rendimiento, ausencia de miedo, temor y caos), y con la necesidad de autoestima (a través de la cual el niño busca el amor y la aceptación de sus padres para generar su propia aceptación, valoración positiva de sí mismo, confianza en sus capacidades, etc.).

Este vínculo será el que le proporcione y le permita experimentar la sensación de seguridad y aceptación incondicional, sobre las cuales se irá desarrollando posteriormente la personalidad.

Os dejo un vídeo en el que se pueden ver las reacciones de algunos niños y ante las cuales podríamos conocer sus estilos de apego. 

¿Cuál es el tuyo?.